El origen de Racional_Mente

Yago Pérez Montesinos

4/30/20254 min leer

Durante mucho tiempo me mantuve firme en mi posición de no manifestar públicamente mi pensamiento acerca del mundo. Quizá porque el fantasma de la inseguridad se ensaña, en especial, con los genuinamente curiosos. Lo cierto es que, en mi caso, el progresivo conocimiento me ha hecho más humilde que sabio, y las dudas se han apoderado de las certezas propias de la ignorancia. Si tenemos en cuenta que el mejor predictor de la conducta futura es la conducta pasada, y que yo tengo la tendencia a modificar continuamente mi opinión acerca de las cosas conforme las estudio, sospecho que lo único que se iba a mantener estable en el tiempo era mi inconformidad con todo aquello que hubiese expresado previamente.

Por otro lado, algo en mi interior me dice —esto no ha cambiado a día de hoy— que tener la necesidad de exponer al mundo tus ideas es un macabro mecanismo del ego para lograr la aprobación social, alcanzar la trascendencia y vencer al temido olvido. No tengo claro hasta qué punto dedicarse a contarle a la gente lo que piensas acerca de algo tiene un sentido práctico, más allá de la ilusión que le hace a tu propia autoestima sentir la validación externa; lo cual no es, necesariamente, algo de lo que sentirse orgulloso, pues el validador puede ser un perfecto ignorante igual que nosotros, y se iniciaría esa absurda rueda de polarización que sólo nos lleva a la pueril felicidad de los idiotas. Por otro lado, siempre he creído —y sigo creyendo— que tratar de convencer a alguien de algo es una de las maneras más absurdas de perder el tiempo. No depende de ti que otra persona decida abrir su mente e iniciar un proceso de cambio para el que, quizá, ni siquiera está preparada.

Desconsolado por Bertrand Russel cuando dijo eso de que el problema de la humanidad es que los estúpidos y fanáticos están seguros de todo y los sabios llenos de dudas, me preguntaba... ¿en calidad de qué iba yo a compartir mis conocimientos? ¿tiene sentido dictar sentencia y exponerme a quedar como el ignorante que probablemente soy? ¿tengo algo valioso que aportar al mundo o, en realidad, soy yo el que necesita al mundo para recibir de él esa aprobación superficial y sentirme alguien?

También me estresaba un poco el hecho de exponerme a la implacable crítica social de nuestra políticamente correcta sociedad. Siempre tuve claro que, en caso de expresarme, iba a ser sin tapujos, medias tintas, ni filtros eufemísticos. No quería una marca blanca ni un producto inofensivo. ¿Qué sentido tiene dar tu opinión si, además de lo mencionado, no eres capaz de crear debate e invitar a la reflexión? Al igual que en el arte, para que un discurso trascienda debe ser capaz de provocar al receptor y contribuir al desarrollo del pensamiento global. No obstante, como nunca me ha gustado ser esclavo de más neuras de las que ya me vienen de serie, traté de mantenerme al margen para ahorrarme disgustos asegurados.

Pero...

Aunque nunca he sido una persona especialmente habituada a salir de la zona de confort por miedo a lo desconocido, creo que a día de hoy temo más ser esclavo del miedo que las consecuencias de haberme arriesgado a decir o hacer lo que creo correcto y justo. Viviendo en una sociedad democrática, casi hasta me parece obligado contribuir a su funcionamiento haciendo uso de esta herramienta llamada libertad de expresión, no vaya a ser que se oxide.

Lo cierto es que pienso cosas recurrentemente, casi como un vicio, y a veces parece que mi fuero interno está deseando compartir esos pensamientos para que no se pierdan en el horizonte de la memoria. Siempre he disfrutado intercambiando ideas y cuando más he aprendido es cuando alguien ha hecho añicos las mías. Quizá, pensé, tener un blog interactivo donde plasmo mis reflexiones es una manera constructiva para crecer personalmente. Quizá podía plantear un proyecto dándole poco protagonismo al ego y al miedo, y crear un comunidad intelectual con la que desarrollar mi potencial de aprendizaje mediante la conversación con un lector vivo y colaborador. En esa línea todo parecía tener más lógica, de modo que fui buscando la manera de autoconvencerme de que mis reticencias no tenían sentido. Llegué a la conclusión de que la duda y el error es el único camino hacia la sabiduría, por más que parezca que te alejes de ella; acerté a creer que, en el fondo, el ego es lo que nos mantiene vivos; discurrí que sólo los necios realizarían una crítica destructiva y que a esos fanáticos no hay que temerlos; y así rematé, de una vez por todas, con el título de mi blog: RACIONAL_MENTE.

La ilusión al tomar la determinación me hace saber que he escogido el camino correcto; y, si me arrepiento, mejor que sea por haberlo intentado. Inicio este blog sin más pretensión que escribir libremente cuando considere que hay un tema sobre la mesa del que me considero preparado, y mínimamente seguro, para hablar. Estaré encantado de que propongáis temas o hagáis preguntas de opinión. Si creo poder dar una respuesta a alguna de esas inquietudes, contad con ello. Mi única premisa es intentar no hablar —en exceso— de lo que no sé. Confío en que la famosa máxima de Sócrates sea sólo algo orientativo.

La sabiduría, dice Kant, es saber organizar bien la propia ignorancia. Soy bastante obsesivo y me gusta —necesito— el orden; simplemente espero no tener tanta ignorancia acumulada como para no dar abasto.

Espero que os guste y que discrepéis mucho.

Yago Pérez Montesinos.