¿Qué es la Mente?
Yago Pérez Montesinos
5/11/20256 min leer
Dice Burrhus Frederic Skinner, psicólogo conductista experimental, que todas las personas hablan de la mente sin titubear, pero se quedan perplejos si se les pide que la definan. Personalmente, admito haber transitado ese brete —imperdonable para cualquier profesional de la psicología, por cierto— de no saber a ciencia cierta a qué hace referencia ese concepto tan complejo y misterioso al que llamamos mente.
Estando ya graduado, con la pregunta encima de la mesa, me descubrí a mí mismo incapaz —para mi vergüenza— de proporcionar una definición precisa y sólida de mente sin recurrir a artimañas filosóficas ni atajos falaces. Yo, que llevaba años estudiando los procesos mentales y la salud mental en toda su extensión, repentinamente caí en la cuenta de que desconocía su sentido más profundo.
¿Cómo es posible —me preguntaba— que nadie me haya explicado en toda la carrera algo tan elemental? ¿Cómo tengo el descaro de considerarme un profesional de la mente humana si ni siquiera sé qué demonios es la mente humana?
Ansiosamente, empecé a indagar en diversas fuentes; esto de la psicología es una ciencia todavía joven en la que hay demasiadas teorías y muy pocas leyes universales. Así descubrí la psicología evolucionista de Steven Pinker, la fenomenología de Karl Jaspers, el libertarismo psiquiátrico de Thomas Szasz, la biología evolutiva de Richard Dawkins, el escepticismo médico de Allen Frances o el constructivismo de Paul Watzlawick y la Terapia Breve de Palo Alto. A través de estos patrones intelectuales conocí la naturaleza humana como nunca antes me la habían contado. Todo lo que aprendí a raíz de mi ignorancia me demostró que la inquietud por aprender es un excelente predictor de la sabiduría, y que la curiosidad mantiene viva la ilusión por el conocimiento. La cuestión es que, devorada y digerida toda la información que fui capaz de recopilar y contrastar, tracé finalmente la que para mí es una definición veraz, certera y concisa de MENTE:
La mente es una entidad fenomenológica abstracta que emerge a raíz de la actividad cerebral y se compone de un conjunto de procesos cognitivos interrelacionados.
Vamos a analizarlo.
La mente es una entidad porque tiene existencia propia y representa una unidad que agrupa diversas funciones. Sabemos que tiene existencia propia por el principio cartesiano del cogito ergo sum: la mente piensa, luego existe.
Es fenomenológica porque se manifiesta como una experiencia subjetiva. La mente es un fenómeno porque es algo que sucede y no deja de suceder; crece y evoluciona a través de su mera existencia y del aprendizaje continuo. Si bien muchos de los procesos mentales son inconscientes e imperceptibles, estos tienen un efecto sobre la consciencia en forma de vivencia personal. La conciencia, no obstante, no es toda la mente, sino el lugar donde la mente se manifiesta para nosotros y nos permite saber de su existencia. Pero la mente echa raíces mucho más profundo de dónde nuestra experiencia consciente es capaz de llegar.
Es abstracta porque no existe en el plano físico. Mente es un constructo teórico, es la manera que tenemos de llamar a una entidad inmaterial que no es tangible, pero que indudablemente está ahí cumpliendo una función crucial para nuestra existencia tal y como la conocemos.
Emerge de la actividad cerebral porque la mente, en realidad, es todo aquello que el cerebro hace —en palabras del científico computacional Marvin Minsky—. Aunque la mente no se reduce al cerebro, tampoco puede existir sin él; pero es mucho más que la suma de sus partes. El cerebro es el órgano físico que genera la experiencia emergente; es el sistema orgánico que, mediante operaciones biológicas, segrega —como dice Darwin— la propiedad a la que llamamos mente. No obstante, esto no lo convierte en el responsable exclusivo y directo de nuestro estado mental. Nuestras vivencias personales juegan un papel fundamental e influyen significativamente en nuestra configuración psicológica; pero esto no sería posible sin el cerebro, que es el órgano que las procesa y genera la experiencia cognitiva y emocional asociada a ello.
Se compone de un conjunto de procesos cognitivos porque la mente es, en sí misma, un proceso dinámico eterno que está en permanente funcionamiento, aprendizaje y retroalimentación. Cuando hablamos de procesos mentales, en realidad, nos estamos refiriendo a la propia mente, que opera a través de un sistema de módulos encargados de tareas como la atención, la percepción, la memoria, el lenguaje, la conciencia, el pensamiento, la imaginación, la emoción y la conducta. Todo ello es competencia de la mente, que subyace a cada fragmento de nuestra existencia y es, en definitiva, lo que nos permite vivir este viaje fascinante al que llamamos vida.
Finalmente, hablamos de procesos interrelacionados porque no pueden entenderse por separado. Las funciones cognitivas dependen unas de otras para configurar el sistema a nivel global y operar de manera sincrónica y optimizada: yo no puedo prestar atención a algo que no percibo, ni recordar algo a lo que no he prestado atención, ni expresar aquello que no recuerdo, ni imaginar algo de lo que no tengo alguna referencia previa, ni experimentar una emoción sin un pensamiento que la acompañe, ni tomar una decisión o comportarme de un determinado modo sin un motor que dirija mi conducta; porque incluso la conducta, que parece un fenómeno físico, es también un proceso codificado por la mente; no olvidemos que una operación, por definición, es una acción ejecutiva que necesita de un soporte que la active.
Quizá, a estas alturas, se percibe una poderosa similitud entre la mente y un ordenador; y tiene todo el sentido, porque la mente funciona idénticamente a un sistema de procesamiento de información. De hecho, pensar es procesar información. La teoría computacional de la mente —de Jerry Fodor y Hilary Putnam, entre otros— nos ha demostrado que todos los procesos mentales son procesos computacionales que manipulan datos igual que un ordenador cuando ejecuta un programa, con la diferencia de que la mente funciona a través de neurotransmisores electroquímicos y un ordenador lo hace con señales eléctricas a través de un sistema electrónico. El cerebro, en este caso, sería el soporte o hardware; y la mente el software instalado en él. La manera de proceder es análoga: el dispositivo mental —programado de serie— recibe información del entorno, la codifica, la procesa, la almacena y produce una respuesta en forma de pensamiento, sentimiento o comportamiento. La mayoría de estos procesos ocurren fuera de la conciencia, de forma automatizada y sin la intervención del individuo, pero el resultado de estos sí que es perceptible para nosotros, que experimentamos sus consecuencias y generamos información en forma de cogniciones y emociones conscientes.
Así pues, el ser humano nace con un sistema operativo innato, que viene de serie y ha sido diseñado durante millones de años por la selección natural para hacer frente a los desafíos de la vida humana y dar respuesta a nuestras necesidades. Este programa orgánico es un mecanismo especializado y adaptado a nuestro contexto para proporcionar soluciones a los problemas cotidianos. Como cada persona tenemos un código genético único, nuestro sistema presenta particularidades que nos distinguen y que explican las diferencias individuales entre todos nosotros. Nuestra manera de pensar —es decir, de procesar la información— y de sentir varía en función de las modificaciones genéticas de cada programa. Si a esta predisposición de serie le sumamos la experiencia personal y las vivencias particulares que, a lo largo de nuestra vida, cada uno de nosotros registramos en nuestro sistema, el resultado es una mente absolutamente singular, que te define y te convierte en alguien completamente único. Toda la información que introducimos en ella a través de datos sensoriales la configuran, estando en permanente crecimiento y aprendizaje; pero no debemos olvidar que esto es posible porque ya tiene instalado de nacimiento un sistema programado para ello que representa lo más excelso de nuestra naturaleza humana.
Cada mente concreta es una variación irrepetible moldeada por los genes, la historia y la experiencia. Somos versiones distintas de un mismo diseño. Y eso es lo que hace tan fascinante el estudio de la mente: permite entender lo que nos une como especie y lo que nos diferencia como personas; todos compartimos las mismas herramientas mentales, pero nadie las usa exactamente del mismo modo.
…
“Pero Yago, ¿cómo te atreves comparar la mente con un ordenador? ¿Qué clase de analogía simplista es esta? Ninguna máquina tiene la facultad de sentir como lo hace un ser humano. Ningún engendro mecánico puede presumir de conciencia, ni de moral, ni de tener la esencia que nos hace ser lo que somos y nos convierte en algo misterioso e inexplicable.”
De acuerdo. Tienes toda la razón. Esta explicación parece insuficiente por sí sola. Por eso te prometo que a lo largo de los próximos artículos te daré una respuesta a cada una de estas cuestiones y te demostraré que, en el fondo, la conciencia y la capacidad de sentir son perfectamente compatibles con mi definición de mente.
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Gracias por tu atención y espero volver a verte pronto por aquí.
Yago Pérez Montesinos.
YAGO PÉREZ MONTESINOS
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