Instrucciones verídicas
Yago Pérez Montesinos
12/1/20255 min leer
Si has leído mi artículo anterior, quizá encuentres fría y desapasionada la ruta hacia la verdad. Ciertamente, tiene todo el sentido: desapasionado significa, literalmente, desprovisto de pasiones; y eso es precisamente lo que debemos hacer si queremos ser objetivos y ecuánimes a la hora de valorar el mundo; no dejarnos llevar por las emociones en nuestros juicios acerca de él. Desconfía de los sentidos, aconsejaba Descartes.
En cualquier caso, una excesiva desconfianza en los sentidos nos puede sumergir en una crisis epistemológica. Si son los sentidos lo que nos permite conocer, tendremos que relegar a ellos la tarea y sus efectos. Como dije en ¿Dónde está el límite?, el ser humano construye su realidad activamente, pues sus estructuras cognitivas configuran el alcance y las reglas de su comprensión del mundo, y en numerosas ocasiones el resultado es ciertamente distorsionado y no refleja con precisión la esencia de las cosas.
Pero no por ello debemos caer en el caos relativista, no por ello todo cuanto conocemos es subjetivo. Existe una curiosa paradoja filosófica que ilustra bien este concepto. Consideremos la frase:
Todo es relativo.
Esta afirmación es lo que se conoce como argumento autorrefutatorio. Podemos utilizarla para que se vuelva en contra del autor. Como dice Platón en Teeteto: si realmente todo es relativo, la propia afirmación también lo sería y, por tanto, carecería de sentido; es decir, si la frase es cierta también es falsa, porque aplica para sí misma. De este modo, la afirmación se autodestruye. Tal y como señaló Jürgen Habermas en Acción Comunicativa, el relativismo absoluto es performativamente contradictorio, porque afirma lo que niega; es decir, la validez universal de su afirmación.
Si bien es cierto que el conocimiento es mediado por la percepción, el lenguaje, la cultura, el contexto y la comunicación —como sostiene el constructivismo—, no se puede concluir que no hay ninguna verdad objetiva. La realidad existe por encima de nuestro conocimiento sobre ella. La ciencia ha permitido construir explicaciones coherentes y útiles acerca del mundo que nos rodea. Negar toda posibilidad de objetividad nos lleva a una posición tan absurda como el negacionismo, pues disponemos de criterios de evaluación compartidos para poder, incluso, discutir nuestras diferencias. Aunque los sentidos sólo representen el mundo desde nuestras limitaciones, estos sentidos contienen criterios comunes a todos nosotros que perfectamente pueden categorizar ciertos hechos y datos y elevarlos a la categoría de verdad. Existen formas de medir ciertos aspectos de la realidad y hallar verdades comunes para todos. Es lo que en ciencia se conoce como replicabilidad. Un ejemplo, por si no has leído mi artículo anterior:
Un objeto pesa 25 kilogramos.
Esto es una verdad indiscutible. Cualquier que disponga de las herramientas de cálculo apropiadas puede constatarlo. Por supuesto que se requiere del conocimiento de las categorías que distribuyen el peso en unidades de masa, que son construcciones humanas para ordenar la realidad. Alguien que no sepa lo que son los kilogramos o lo que significa el concepto peso no podría confirmarlo. Pero la masa del objeto es la misma independientemente del observador. Es una propiedad estable. Ahora bien, si yo te digo…
Este objeto es muy pesado
Inmediatamente acabamos de caer en el inestable terreno de la subjetividad. ¿Muy pesado con respecto a qué? ¿A 25 toneladas o a 25 gramos? ¿Quieres decir que es muy pesado porque no lo puedes levantar? Tu vecino el culturista hace 40 repeticiones de press de banca con el cuádruple de ese peso. ¿Pesado para quién? Observamos la indudable relatividad que se genera cuando añadimos un adjetivo calificativo que trata de describir algo que depende íntegramente del observador.
Sin embargo, la realidad del objeto es la que es. Tiene propiedades por sí mismo más allá de quien lo perciba. Ocupa un espacio en el universo y está sujeto a las leyes naturales.
Bien, frente a la vorágine de subjetividad, te propongo tres criterios que funcionan como pistas epistemológicas para definir las propiedades de la verdad y sacarla a la luz cuando todo parece ahogado en la confusión. Allá vamos.
1. La verdad son los hechos, no la opinión que yo tengo sobre los hechos.
Los hechos existen objetivamente. Mi opinión acerca de ellos es una interpretación del mundo que, en consecuencia, puede catalogarse como mentira. Como señalaba Hannah Arendt: los hechos son obstinados; por más que los neguemos, siguen ahí. Una verdad puede ser incómoda, pero no deja de serlo por nuestra desaprobación emocional o nuestra intención de ocultarla. La verdad es lo que es, no lo que nos gustaría que fuera. Mi opinión, por sofisticada o emocionalmente cargada que esté, no convierte en verdadero lo que es falso. Como decía Thomas Huxley: el mayor pecado contra la verdad no es mentir, sino negarse a aceptarla.
Por tanto, la verdad tiene entidad ontológica; es decir, existe independientemente de nosotros. La filosofía clásica, desde Aristóteles hasta Santo Tomás de Aquino, concebía la verdad como adaequatio intellectus et rei, que expresa que la verdad se logra cuando el intelecto o la mente se ajusta a la realidad, a la cosa tal como es. La premisa fue reformulada en el siglo XX por Tarski, siendo conocida como la teoría semántica de la verdad.
2. La verdad es autosuficiente; la mentira depende del sustento ajeno.
Efectivamente, la verdad tiene existencia propia; es cierta por sí misma. No requiere artificio, no necesita defensa. Como decía Richard Feynman: la realidad no se ve afectada por nuestras preferencias. La realidad acerca del mundo está ahí, a pesar de todo. Según Galileo, la verdad no depende del número de personas que la defiendan. Puede ser negada, pero no eliminada; y existe por encima de quien la crea y a pesar de quien la distorsione.
La mentira, por el contrario, tiene una genealogía concreta, pues es una construcción artificial, contingente y dependiente de su creador: necesita de un narrador, una intención, un sesgo que la produzca y gente que la alimente; no puede surgir sola y está condenada a desaparecer en el mismo instante en que nadie la sostenga con su creencia en ella. La mentira sólo vive en las mentes de quienes la albergan como cierta.
Esto convierte a la verdad en un concepto infinito e ilimitado, y a la mentira en pura finitud. Siguiendo el razonamiento eleático de Parménides: la verdad es, la mentira no es.
3. La verdad se encuentra; la mentira se fabrica
No somos autores de la verdad, sino descubridores. La búsqueda de la verdad es una investigación, pues ésta siempre está disponible para nosotros. La gravedad era una realidad antes de ser descubierta, igual que el resto de fuerzas que rigen el mundo y que, poco a poco, vamos desentrañando. La mentira es, tan sólo, un acto creativo. Uno puede encontrar la verdad mediante el método científico, el pensamiento crítico o la confrontación de evidencias. Nadie necesita crear la rotación planetaria: simplemente la descubrimos, observamos, medimos y comprendemos.
Así pues, la verdad no es un consenso ni una emoción. No es un reflejo de nuestro estado anímico ni un derecho subjetivo. Es un hecho que existe independientemente de nuestras inclinaciones y sesgos. La confusión entre opinión y verdad nos lleva a una sociedad intelectualmente perezosa, moralmente ambigua y científicamente analfabeta.
Soy consciente de que la mayor parte de nuestro conocimiento del mundo está invadido por nuestros sentidos más distorsionadores. Por eso la ciencia resulta tantas veces inaccesible o intrincada. Pero es precisamente este método extirpador de sesgos lo que ha permitido el progreso tecnológico y descubrir fenómenos que van más allá de lo que se nos presenta en apariencias. Sin las leyes de la física y los hallazgos científicos de causalidad, tú no estarías leyendo esto en un teléfono móvil de última generación, con una inteligencia artificial incorporada mucho más sofisticada que tu memoria y tus capacidades; y lo mejor de todo, a un precio tan absurdamente asequible que prácticamente todos los habitantes del mundo disponen de uno en su bolsillo.
Yago Pérez Montesinos
YAGO PÉREZ MONTESINOS
Mente, Cuerpo, Espíritu.
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