Un puñado de leyes para todo un Universo
Yago Pérez Montesinos
5/31/20257 min leer
En mis publicaciones precedentes, El problema de la conciencia y El propósito existencial de la especie, expuse que la voluntad no es sino otra ilusión cognitiva: creemos ser dueños de nuestras elecciones particulares pero, en el fondo, cada acción subyace a la imparable maquinaria universal de la causalidad, siendo los mecanismos biológicos los que han tomado la decisión por nosotros mucho antes de que esta se haga consciente.
La implicación directa de esta premisa da lugar a pensar que, entonces, no existe el libre albedrío. Quizá te preguntes qué sentido tiene tomar decisiones y valorar el rumbo que ha tomado tu vida si, en realidad, todo ha sido una ilusión y no has sido responsable de nada de lo que te ha llevado hasta aquí.
Como no me gusta ser categórico, diré que la ciencia todavía se reserva un margen de duda ante estas afirmaciones. Me gustaría abordar el concepto de determinismo, desarrollar mi visión al respecto y explicar por qué, a mi juicio, no es tan decepcionante como parece.
¿Qué es el determinismo? Llamamos determinismo a la tesis filosófica según la cual todos los eventos, incluidos los pensamientos, decisiones y acciones humanas, están causados por condiciones previas conforme a leyes naturales. Bajo esta perspectiva, nada ocurre por azar o espontaneidad, sino que cada hecho es la consecuencia necesaria de una cadena de causas anteriores. Aunque esta idea puede parecer rígida y desconsoladora, ha tenido una rica y matizada evolución histórica, siendo defendida por filósofos como Demócrito, Séneca, Spinoza o Hobbes y científicos como Newton, Einstein, Hawking o Bohm.
Su origen se remonta a la filosofía antigua. En el siglo V a.C., algunos filósofos presocráticos, como Tales de Mileto, rompían con la mitología para explicar los fenómenos y planteaban hipótesis naturales alternativas, en lo que se consideró como el movimiento precursor del pensamiento científico. Paralelamente, los estoicos defendían una visión del cosmos gobernado por una razón universal —logos—, en la que todo acontecía conforme a un destino inmutable. Para ellos, aceptar este orden cósmico era la clave de la virtud y la serenidad. Sin embargo, fue en la filosofía moderna donde el determinismo adquirió su forma clásica. En el siglo XVII, el físico y matemático Pierre-Simon Laplace formuló una visión mecánica del universo basada en el modelo newtoniano. Su famoso demonio de Laplace sería una inteligencia capaz de conocer todas las posiciones y velocidades de las partículas del universo y, en consecuencia, podría predecir el futuro con total precisión. De este modo, llegamos a la implicación fundamental: si se conociesen todas las condiciones actuales del universo, podríamos calcular nuestro destino como especie, pues lo que sucederá está ya contenido en lo que es.
En el siglo XIX, el desarrollo de la física clásica y el auge de la biología evolucionista reforzaron el paradigma determinista. La teoría de la evolución de Darwin —aunque no era estrictamente determinista— se entendió dentro de una narrativa causal de la naturaleza. También el psicoanálisis de Freud postulaba que nuestros actos conscientes eran consecuencia de fuerzas inconscientes que escapaban al control voluntario. Todo ello promovió una visión científica del mundo que excluía el azar como principio explicativo. La libertad humana comenzó a verse como una ilusión y lo que consideramos elecciones libres serían en realidad el resultado de causas complejas pero naturales, exactamente como vengo defendiendo en mis previas publicaciones.
Sin embargo, a comienzos del siglo XX, la física cuántica introdujo un giro inesperado. El principio de incertidumbre de Heisenberg y la naturaleza probabilística de la mecánica cuántica rompieron con la idea de predicción absoluta. A nivel microscópico, los comportamientos de las partículas subatómicas ya no podían describirse con leyes deterministas estrictas. No es que no podamos conocer con precisión las magnitudes de las partículas —como posición y tiempo—, sino que no existe un estado físico en el que ambas estén definidas de forma precisa simultáneamente. Esto no implica que la física cuántica fundamente una teoría del libre albedrío; lo que introduce es la imposibilidad de predecir el resultado de ciertas mediciones. Aunque exista cierta indeterminación a escala subatómica, los efectos cuánticos se desdibujan rápidamente al llegar a escalas macroscópicas, como es el caso del cerebro humano. No hay evidencia sólida de que la mecánica cuántica sea relevante en el proceso de toma de decisiones humanas.
Precisamente, en este sentido la neurociencia contemporánea ha producido hallazgos que reafirman las intuiciones deterministas sobre la mente. Experimentos como los de Benjamin Libet y posteriores estudios con neuroimagen han demostrado que el cerebro comienza a preparar una acción incluso antes de que tengamos la sensación consciente de haberla decidido. Esto refuerza la idea de que nuestras decisiones están determinadas por procesos cerebrales previos a la conciencia.
Otra objeción usual es la referida al origen del universo: si el universo es determinista, entonces su existencia debe tener una causa previa, lo que nos lleva a una regresión interminable: cada causa debe tener su propia causa, y así hasta el infinito. Esto parece conceptualmente problemático, porque no podemos llegar a un punto de inicio real y siempre habría algo antes. Sin embargo, el planteamiento es erróneo: el espacio-tiempo son dimensiones que no existen como entidades previas o separadas al universo, sino que son una propiedad intrínseca del mismo. Por este motivo, surgen a la vez que el propio universo que es, por definición, el espacio-tiempo y la materia-energía que lo ocupa. Por ello, antes de su origen, las leyes físicas tal y como las conocemos no aplican. En consecuencia, como el determinismo clásico no puede aplicarse fuera de esas condiciones —porque no había un antes ni un donde para que existiera una causa— tampoco puede explicar el surgimiento del universo. La propia pregunta de qué había antes del universo es una formulación incorrecta, ya que el tiempo comienza a la par que el universo, y no puede existir un antes sin una dimensión temporal que lo albergue. En cualquier caso, la creación del universo no es un problema exclusivo del determinismo ni, mucho menos, un argumento que lo refute. A día de hoy, el dilema permanece abierto a pesar de disponer de ciertas teorías que tratan de abordarlo. Ninguna corriente filosófica ni científica ha sido capaz de proporcionar una respuesta sólida, pues el problema parece desafiar los límites de nuestra comprensión.
Concluyendo. Si bien, hoy en día, el determinismo no es una verdad absoluta, sí que es una hipótesis muy robusta en la mayoría de áreas de la ciencia. En la física macroscópica, la biología y la psicología, los fenómenos siguen leyes que permiten, al menos en teoría, realizar predicciones. Sin embargo, la noción de libre albedrío sigue siendo objeto de debate filosófico y científico, y es un campo que podría depararnos muchas sorpresas.
¿Cuál es mi visión al respecto? Salvando un sano margen de duda que me reservo, si tuviera que posicionarme en algún lado del debate diría que, a día de hoy, abogo por considerar el universo como determinista. La indeterminación cuántica no implica necesariamente libertad, sino que introduce elementos de azar, que tampoco otorgan un control consciente sobre los eventos. En cualquier caso, las condiciones de azar e incertidumbre no implican automáticamente que el universo no sea determinista. Hay interpretaciones de la mecánica cuántica que sostienen que el azar es sólo un producto de nuestra ignorancia de ciertas variables subyacentes y leyes que todavía no conocemos, pero existen. La hipótesis de las variables ocultas sostiene que la aparente aleatoriedad de los fenómenos cuánticos se debe a nuestro desconocimiento de un nivel más profundo de la realidad, a leyes establecidas pero que no son accesibles desde el marco actual de la teoría cuántica estándar. Como la física cuántica no es mi campo, y mi campo —hasta que se demuestre lo contrario— actúa bajo las leyes naturales clásicas, prefiero explicar el mundo que me rodea a través de ellas, pues me parece la dirección apropiada y coherente con todo el conocimiento previo del que disponemos.
Dicho esto. Es comprensible que muchas personas se sientan desilusionadas al considerar que sus elecciones y logros podrían no haber sido libres en el sentido más profundo. ¿Cómo sentir orgullo por nuestras decisiones si no somos autores de ellas? ¿Cómo emocionarnos por el futuro si ya está escrito?
A mi juicio, hay una forma más serena y esperanzadora de contemplar este panorama. Incluso si el futuro está determinado, nuestra experiencia del tiempo es lineal y limitada. No podemos conocer lo que va a ocurrir, y eso hace que cada momento vivido sea genuinamente nuevo para nosotros. La vida se nos presenta como una historia que leemos por primera vez, sin conocer el final. Además, si todo está determinado por causas naturales, eso significa que el universo posee un orden profundo y estable. Y en ese orden estamos incluidos nosotros. Lejos de parecerme opresiva, esta idea me resulta reconfortante: estamos inmersos en una red de causas y efectos que nos sostiene, y en la que todo tiene su lugar.
Por último, si nuestras decisiones son fruto de nuestra historia, de nuestras experiencias y de nuestro carácter, entonces somos, en cierto sentido, el reflejo de un largo proceso que nos ha formado. Y ese proceso también es parte de nosotros. Podemos sentirnos satisfechos de haber tenido la oportunidad de ser una expresión única e irrepetible en todo este tejido causal del universo.
…
“Oye, Yago, me surgen demasiadas preguntas y, lejos de apaciguarme, se me presenta la siguiente inquietud: si no somos dueños de nuestros actos, ¿qué ocurre con la moral? ¿Podemos considerar culpable por sus acciones a quien comete un crimen o, por el contrario, es víctima de la maquinaria universal que le ha llevado inexorablemente hasta ahí?”
Una inquietud tan comprensible como compleja de responder. Pero por ti, lector atento, haré el esfuerzo. Tienes mi palabra de que te daré una respuesta, aunque no puedo asegurarte que te convenza; ya sabes que en el terreno de la ética, en el que no hay leyes universales, impera la dictadura emocional.
Gracias, como siempre, por tu asedio a mis facultades.
Yago Pérez Montesinos.
YAGO PÉREZ MONTESINOS
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